NAVAJA A ESTAJE DE FRANCISCO VALENCIA Y NAVAJA MACHETE GRABADA DE JJ MARTÍNEZ CON CACHAS DE ESTAJE
-Tomemos ese que da va a la Muela. Sí, ese mogote que ve usted allí, blanqueando horizontes.
Y comenzaron a anduchear. Sin calzones bombachos ni cortavientos, sí con sendas bolsas en bandolera; en una Munich 74, en la otra, ICONA.
No buscaron cuestas sino el llaneo entre viñas; Wízner iba cantando las fincas: "La del obispo, la de Aldalí, el Moscoso, Los chaparros, la de Chávez, la de La fuente el pino, la de Nicanor, Los madrileños... Iban probando los higos secanizos que en las lindes condensaban el rocío tempranero; en esto guiaba más Wízner.
-No los abra usted tanto, que al final acabará encontrando lo que busca -siempre festivo se chanceó Wízner.
-Ya comí muchos, pero no se me fue el asco ni entonces ni ahora. En los fideos, en la harina, en las lentejas. Bueno, en las lentejas no me dan angustias. En casa los llamábamos cocos -se arrobaba Plinio en el recuerdo-, de negros se los veía, y los que se quedaban dentro de su carcomida casa, no se sentían. Tenían, aunque ligero, caparazón; apenas se notaba si los tomaba la muela.
-Claro, son escarabatejos. Si yo los conozco. Pero esos son muy chicos. Haga usted igual con estos. Un gusanejo no estorba entre tanta carne dulce...
-Si me habla de ello menos los cataré.
-Eso es lo que pretendo -rio Wízner-, que yo los cataré por usted.
Continuaron hasta llegar a la fuente el Palo. Se solazaron con el agua fresca que de un pequeño venero surgía entre dos peñas cubiertas de verdín, a ras de suelo, como milagroso ombligo. Como soplaba ya poniente molesto, buscaron la espalda de una pedriza. En los morrales de plástico metieron las manos y sacaron sendas fiambreras antiguas.
-¡Pisto! -dijeron en exclamación unánime.
(CONTINUARÁ)
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