MACHETES DE RAFAEL WÍZNER EN MADERA DE ENCINA
Ya se dijo de Rafael Wízner que de sus manos saca panes (y navajas, que es lo propio). De un cerezo mocho, cachos para cachas, y lo mismo de un almendro sequizo. De las rosáceas la madera es dura y firme, pétrea pulpa, que el prunus dulcis se tuvo como sucedáneo en escaseces de asta o cuerno.
-También se hizo mucho machete -recuerda- anchón sin platinas, con virola y mitra de chapa.
Se empleaban las encinas de secano, que mezquinamente se las tenía como parásitos que se comían el trigo; se les buscaba el corazón rojo y las vetas que la encina guarda de lluvia. No se las daban al brasero ni al fuego bajo de la cocina, que se las metía a parte para cachas.
-De una rama gorda he sacado para unas cuantas, pero los cachos no son grandes, y si los quieres coloraos, ya no te digo... -se explica Rafael-. Pero yo veré, que a ti sí te la hago -concluye sereno y obsequioso.
Hicieran falta buenas cuchillas que rayeran los duros corazones añosos de los árboles cercenados. Ya se dirá la causa del ahorro en platinas, ahora solo que Wízner, Rafael, tiene un calibrador en la mano y en sus ojos glaucos. La madera a veces se impregna de grasa y el efecto, si buscado, no es triste, que los americanos se han sacado aquello del "oiled wood". Del efecto del arte, de la estética ya se dirá, que este artesano la concibe, claro, a la alemana.
Es, como la luz del día muriente, muertil el aro de la estética, que es tema de otra ocasión -si no lo fuera de todas-.
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