miércoles, 29 de mayo de 2019

1 FOTOS DE MODELOS CLÁSICOS DE NAVAJAS INGLESAS DE SHEFFIELD-SHEFFIELD KNIVES 1

Dejamos ya Portobello y lejos queda su ajetreo, sus vitrinas, sus galerías, sus nácares, alpacas, platas, caréis. Sus educados y taimados chamarileros que a veces confunden plásticos con dientes de probóscido fueron  de la nata y flor entre todos los de su ramo. Atravesemos ya de vuelta y pasemos página a la memoria. The Wallace collection. Magnífico palacio que guarda cuevas llenas de ecos de ladrones que depositaron tesoros. Antes de trasponer por la puerta Hefesto se percató de que en la tiendezucha de recuerdos libros había que contaban las armas, los armeros y la armería. Tan interés había en las fotografías que azogado buscó como hurón la sala que antes no viera.

Así se presenta por la gestores la colección de armas:

The spectacular array of Oriental arms, armour and related works of art, chosen specifically for their fine craftsmanship, Eastern opulence and exotic beauty, were acquired mainly in Paris by the Fourth Marquess of Hertford prior to his death in 1870.
Objects of this kind were highly fashionable in Parisian society at this time. Most of the weapons here are Indian, Persian and Turkish, ranging in date from the 15th to the 19th century, while the armour is predominantly 18th and 19th-century Indo-Persian. The collection is widely recognised as being one of the largest, finest and most important in the U.K. The European Armoury, on the other hand, was assembled principally by Richard Wallace in the early 1870s, from the collections of Sir Samuel Rush Meyrick and the comte de Nieuwerkerke. Meyrick was the founding father of the serious study of arms and armour in Britain, while Nieuwerkerke was Director of the Louvre under the Emperor Napoleon III.

Magnífica. Cómo se contará la riqueza, el número, la forma de tantas armas de tantos países de hace tanto tiempo. Solo había visto algo parecido en el papel de un libro que aquí ya se ha abierto. En Joseph Rodgers. Colección Samuel Setian se recogen piezas que la manufactura hacía para su show room. La larga curva de Oriente, de Siria a los sultanatos al pie de los Himalayas, estaba caligrafiada en recursividad sin fin. Especial atención se prestó a los khanjares, cuyos pomos tenían la riqueza en gemas de la corona de una virgen metropolitana. Grabados, esmaltes, repujados, escultura, joyería, forja. GOR-GEOUS!


No había navajas tradicionales como las que sí fabricaron J. Rodgers y su competencia. En el mencionado 
libro sí se da cuenta de todos los tipos de plegables, con todos los tipos de hoja y virola, y todos los materiales nobles (madera exótica, cuerno, asta de ciervo y marfil). No había porque estas armas no son. Son los modelos que han sido origen de linajes en Francia y en otros países (EE.UU por ir más allá),

 A REAL LAMB FOOT/ROSEWOOD/A. WRIGHT & SON


A very traditional style knife - brass linings and nickle bolsters, available in a variety of handle coverings - 71mm blade













A REAL SHEEP FOOT/ ROSEWOOD/TREVOR ABLETT

Rosewood handle farmers blade (a farmers blade is a sheepfoot blade). Overall length six and quarter inches. 













Solo se diferencian, aparte de por la virola inferior, por el ángulo de la punta de la hoja, algo más grande en la sheepfoot.




miércoles, 15 de mayo de 2019

4 NAVAJAS DEL RASTRO DE MADRID-COUTEAUX DU MARCHÉ AUX PUCES: LA NAVAJA DE NÁCAR DE RUBÉN DARÍO



LA NAVAJA DE NÁCAR DE RUBÉN DARÍO


 Encontrara mucho arrimo aquí Darío aunque él ya se lo figurara por las noticias morosas que le llegaran allá donde aún se anduviera con fusil y machete como defensa del tigre. LLegado que hubo, todo y todos se le rindieran. Príncipe moderno, primero en relumbres y tonalidades, en cromatismos, en acentos, en ritmos, en ensordinamientos y en metal fuera Félix Rubén García Sarmiento. No lo explica el mismo Darío, como sí el origen de su apodo noble, cómo fuera posible que en la recóndita Nicaragua se lograra el prodigio de su arpa poética. No lo dice, pero no bastaría con acudir a aquellos colores siempre paradisíacos de la palma lavada por la nube, ni por la leve armadura del guacamayo charro, ni por los jades de los antiguos reyes que se sacaban de las ruinas, ni por las matizadas fulguraciones de miríadas de luciérnagas en el lindero del bosque fluvial. No se lo ha de pintar al príncipe del aéreo cincel comido por moscas en la miseria de un chamizo. Gustaba de ponerse en el arco del umbral de su casa a ver pasar morbideces, clarines, sangres de trampantojo, cirios trémulos, recortes de imágenes contra el crepúsculo glauco, y el sonsonete de la oración salmodiada: la procesión en el trópico era un bodegón azogado de saturaciones supremas. Ciudadano cabe la palpitación de la foresta era.

Allí anduvo entre desnudeces, no tantas como se creyó, pero sí muy lindas, las de la india, la cuarterona, y la ebúrnea negrura de las cosechadoras del cafetal. De blancas, no. Listo y pronto, se refocilaba el aplicado alumno de toda la pulpa que le llegó a la boca. Gustó el café, el tabaco, el ají de fuego y la carne selvática. Se fijaba, no obstante, en los aderezos que no daba naturaleza sino la crianza, la herencia y el trabajo. No extraña que la pulcritud del maestro acholado, su leontina y el reloj, el cigarro, las gafas de concha, y el cortaplumas con que se valía le robaran constantes la atención a Darío, alumno sobresaliente, poeta precoz.

Fueran sus maneras de afectado atildamiento, la falta de mano paterna que lo sujetara, y la fuerza torrencial de su sangre las que lo colocaron con ventaja tras el rastro de constantes quimeras, de las cuales Emelina sino la primera sí es la que haya quedado como la de más querencia.  Vínose, tras quedársele corta América toda, a España y a París, para su coronación en los parnasos. Antes, sin embargo, tuvo tiempo de espigar marfiles en los aledaños de la Plaza Mayor de Madrid. No siempre -o nunca, quizá- se haya de acudir a venalidades, no. Cuando la facundia proverbial de Darío no bastó, se metía el eximio poeta mano al chaleco y de las entretelas sacábase un gancho menudo y primoroso, con el que las burguesas se ataban los botines altos, o se fijaban las ballenas deprimiendo la cintura y proyectando senos.  Si no se rendía la garza morena, rebuscaba en diferente bolsillo hasta dar con otro adminículo similar que tomaba en pinza con dos dedos y lo mostraba a la altura de los ojos de la pretendida, abriéndose la flor de su sonrisa entre espejeo de blanquísima dentición: "Mire, pétalo de coyol, para usted. De las espumas de Venus". Mostraba un encabado de nácar, ya fuera en gancho, lupa, cortaplumas o navajuela. Contaba sin fabular Valle que así ganó la voluntad de su princesa de sangre caliente en los jardines reales aquella mañana.