jueves, 27 de abril de 2017

NAVAJA VIPER SLIM-COUTEAU VIPER SLIM









Esta excede. De platina blocante como las anteriores Maserin, la Viper Slim además, lo es de señorito (navaja de caballero) que la portara como adminículo en el blazer el Barbour campero. Una la navajuela delicadeza fina, ingenio en lo mínimo (que es muchísimo), ciudad y campo, ternezas y filos. Tan imitada es la casa Viper que los chinos les copian los modelos como hacen con los Porsche Cayenne, con el vino de Saint Emilion o como la Viagra. Nos encontraremos el mecanismo y le silueta en los mostradores de baraterío... Pero no es esta. Que por su ojo se viera todo lo boscano y se adivínase el ajetreo del boulevard.

Como cuchillo de cuello, dije de reloj en leontina, en el neceser cortahilos de cartero y bisturí, como talismán aquietante... Tanto encierre esta. Más como la Perceval T-45 que útil de caja de herramientas. No se puede pensar dónde no entonaría. Paréceme opera fabril de artesano medieval, de las que Bosco sacara en sus trípticos para avergonzar de pecados, que aun en la tabla de los pecados capitales encontrara lugar donde la dama se mira al espejo. Máxima y mínima esta, inmejorable.






jueves, 20 de abril de 2017

NAVAJA MACHETE DEL NÚMERO 2 DE RAFAEL WÍZNER EN MADERA DE PALMERA











(CONTINUACIÓN)
Como entrara jacarandoso Wízner de darse tras el cristal el baño de multitudes -que seis personas palmearan al cuchillero en oleadas, corro hecho, a esas horas y en esa acera donde hería el resol, era una multitud cumplida- como entrara jacarandoso Wízner, aun mostró más mosca Plinio.
-Va, Manuel, va. Y no se ponga morrudo.
-¡Qué morrudo, me tiene usted con una cansina estupenda!
-Que se pone colorao, Manuel; no vaya a darle alferecía -se contuvo apenas Wízner en la guasa y añadió-: morrudo y colorao...

Se miró esquinando ojo Plinio en el espejo del cristal sin alcanzar a medirse la rubicundez, por lo que calló a la expectativa.
-Todo lo empezó la mujer, ¿quién sino? Que si tenía que limpiar el patio del portalón, que si ella no podía remover el maceterío, que si era ya tiempo de enjalbegar... No paran las mientes. Y en eso, al remover las macetas.
-No me diga más...algo encontró -ya mostró interés Plinio y puso visaje de desenfado.
-Un escarabajo gordo como un ratón, y aun con más lustre. Un escarabajo raro.
-Un escarabajo de oro, sería -como viera que su compañero hacía algún dengue, abundó-: Nada, una cosa que leí en su momento que me recomendó el secretario del juzgado para entretener murrias cuando no había casos que investigar.
-Apareció entre las raíces de una palmera enmacetada que mi mujer sembró no hará menos de quince años. Al rular el tiesto allí estaba, como figurilla de belén pero pataleando la bestezuela. Mi mujer sacó por ello que las amarilleces de las palmas eran causa del escarabajo.

-Y lo era, ¿verdad?
-Como Cristo. Que fui mandado a lo de Purina, con el bicho liado con papeles. Allí me explicaron...
-¿Quién, Eulogio? No lo veo yo sabiendo de animalejos raros. ¡Si no distingue un camacho de un verderón!
-No, Manuel. Había allí un comercial que tuvo curiosidad y vio el deslío. Nada más le echó ojo, lo bautizó: picudo rojo o morrudo rojo. Ha venido de ahí de esos países de los moros...
-Que se está alargando demasiado, Rafael. Ahórreme lo de los moros y su nación -nunca tuvo paciencias demás Plinio, y ahora protestaba excitado por el interés.
-Pues resulta que la plaga ha venido por traer palmeras ya crecidas de esas Áfricas. Parece que en algunos pueblos han acabado con toda palma. Tanto daño tienen que nos dijo el muchacho que se ha prohibido la importación de plantas de esos países.
-Ate cabos, Rafael. ¿Y?
-Que tras el bardal del patio, está la casa del cuñado del...
-Del obispo de Sevilla. ¡Yo qué sé!
-Del alcalde. ¿Y este cuñado se dedica a...?
-A los viveros -esta vez saltó como resorte de reloj el policía municipal jubilado.
-Y le trabaja al Ayuntamiento. Se han puesto palmeras en el paseo, en la piscina, en la carretera nueva, en la rotonda...
-Hasta en el calvario, que las he visto. Y seguro que de donde vengan son más baratas que las de Elche.
-Equilicuatre, que dice usted, o como se diga -confirmó entusiasmado Wízner-. Se dieron cuenta de que las primeras que pusieron amarilleaban y dieron con el morrudo-picudo rojo. Así que a cambiarlas antes de que esta cuca se pasease por la calle Mayor.
-Y antes de que se barruntase que el cuñado y el alcalde habían trincado. Claro que las nuevas plantas las habrán sacado de las costillas de todos los santacruceños.

-Le faltó tiempo a Eulogio para darle al pico con el picudo. Ya me ha vendido no sé qué mezclote con azufre y polvo para los bichos de las papas...

-¿Y usted? ¿Qué ha pintado en esto además de encontrar un escarabajo malencarado? -quiso concretar Plinio.
-Vinieron los civiles a preguntar a casa; sabida la noticia era importante, me dijeron, encontrar el origen de este levantamiento de manta.
-Sigo sin entender, Rafael, ese fervor ciudadano por el hallazgo de la bestia. La conciencia civil nunca ha sido mucha aquí ni en mi pueblo, ni en toda La Mancha. Muchos años de losa y silencio.

-Que no, no ha penetrado usted en el meollo, Manuel: la envidia, la venganza, la revancha... La mitad del pueblo tiene un candidato y la otra mitad, el suyo propio. La familia más larga es la que acaba ganando. Le tenían gana a este alcalde jardinero.
-Y le han puesto el morro rojo...

Entretanto, unas bocas infantiles, intensamente carmesíes, hinflaban sus carrillos soplando desde fuera en el vidrio del ventanal, al tiempo  no menos de seis finos brazos lo aporreaban empuñando  pringosas manzanas de caramelo.














NAVAJA MASERIN STING/COUTEAU-COLTELLO MASERIN STING










 Juego de dos, un par para panaplia esta Maserin Sting y la otra Nude Look. Ambos atadas por bloqueo de platina o frame. Se vieran en el mismo viaje a Roma y se adquistaron en el mismo arrotino, que dejó muelas, se sacudió el mono azul (prenda universal de menestralía urbana) y, más sombrío que ufano, nos atendiera en el centro de la Ciudad eterna, cabe Santa Maria Maggiore.

Tiene el cuerpo mismo de la mantarraya, y la aleta se envuelve sobre sí para guarecer el filo de bríos y mellas (y en beneficio de la mano, claro). Más larga que la Nude look, con una hoja que tiene varias mesas en simetría acertada (que no siempre es el caso en Maserin, que tan mal vacía las hojas cuando quiere lucirse).






En esta caso son amigos de poner leyendas en lengua inglesa, lo que enfada mucho. Mejor les fuera si se contuvieran algo, y en vez de pobres  estampaciones al ácido, las medidas letras en italiano -y aun en lingua latina- fueran puesta a golpe o desbate, a punzón que muerda el acero. Pero no. Con esto nos contentemos.




miércoles, 19 de abril de 2017

LA NAVAJA DE GERALD DURRELL- GERALD DURRELL'S KNIFE




NAVAJA DE PROPAGANDA DE LA CASA IHER PARA ALIANZA EDITORIAL







¿Conoces a Gerald Durrell? - a Hefesto-. Es muy divertido, y si te gustan los animales... - aconsejaba Pedro Casamayor, el del cabello crespo. Fueron aquellos veranos todos tórridos en la calle Académico Maravall o del cuartel, junto a las casas baratas o del sindicato.

Para matar los aburrimientos, cuando ya no se era niño y las inquietudes ardían en aquellos patios. La sed de espíritu que acució a los viajeros, aquellas que se tenían por ver a Burt Lancaster zahiriendo de amores en las Marquesas, no se contenían, se entretenían. La lectura. Tanto se ha hablado -menos de lo que se ha escrito- de ella que no se abundará en la psique del homo lector, en sus temores de hombre inactivo o melancólico. La lectura sí que ordenaba, si no el cuerpo, sí la persona que se había de acomodar en tiempos y lugares para aquel emprendimiento de blandura indecible. Cuándo leer, cuándo untarse de aceite y acudir a la palestra, cuándo coger el bolígrafo para empercudir con infraversos los papeles amarillos... En estas y en otras se domaba uno en una expectación  continua.

Se leía  bajo los chopos aéreos de hojas y ojos múltiples que temblaban al menor soplo. Los áfidos dejaban caer de ellos una llovizna  de savia constante. Se desplegaba la playera a su sombra. Desfiló Sinuhé, tras la recomendación de Óscar Benavent, de la familia de los obispos de Cuatretonda, entre sombras columnares. Y se refrescó la lengua con las brisas cortantes de la versta en la parcela de Mijail Sholojov, junto  al Don, y se escucharon en sus autores los esparcidos acentos del español, reticentes y amortiguados por espigadas grafías.

Fuera prestado el primero: Mi familia y otros animales. ¿A que tenía razón? -se cargaba Pedro de razones, y sonreía. Y no sabía cuánta. Mucho se había  andado por esos laeros de Almería, por huertas y torrenteras, por los márgenes de las mimbreras, por las alamedillas de Bayarque, por los maizales, por las chumberas, por las alcaparreras, por el pinar noble del cortijo del Tío Antoñón, por el abandonamiento de los campos de Játiva, por las moraledas, por los riscos, por los collados, por los marjales, por los mogotes y las mesas, por los recuestos y las ramblas. En todas partes se inquietó a las criaturas que medraran. Alcaudones, gorriones, chamarices, colorines, escribanos, camachuelos, torcaces, bravías, lagartijas, culebras de escalera, culebrillas de agua con collar, ratones, y hasta un musgaño. Y un tejón, y una comadreja, y zorros, y escarabajos gordezuelos como bolas del mundo, y la coleoptería toda, y gusarapos... Y no se nombrarán los del corral, de la  pocilga, la majada o la jaula, del gallinero, de las conejeras.

Y las que no se vieran, se soñaran. Pedro no lo sabía ni lo supo. Aun de aquella mínima chopera se sacaron hasta tres pollos de mochuelo... Antes de abrirlo, aquella portada en la que un bote de cristal era el reptiliario reducido de una rana de cuerda nos electrizó. Aparecieron fulgores de cicindela, visajes de cielos de verano atemperados por un mar fresco de cristal, bullicio de insectos voladores y frenéticos, olores de fruta y aceite, de rosas fragantes en enramadas, pesos de exuberantes ganchones de uva en emparrados. Todo se sublimaba con aquel libro prestado abierto.

Con unas pesetas, no muchas, se acudió a preguntar por aquellas obras de Durrell  a la librería Sicluna de Játiva. Se giraba el presentoir, con la incontenida emoción del hallazgo incierto. Se acapararon los títulos que se pudo, uno tras otro, midiendo esfuerzos. Aquellos veranos bochornosos tuvieron prolongación en otros que vinieron, y siempre uno de Durrell en Alianza Editorial para solazamiento y señalización de uno propio.







NAVAJA IHER 
Fue comprada en el puesto del rastro de la Mari, en Madrid.  Esta se escapó de  tiranía venal, se pagó lo que valía, y aún menos, que estas no están cotizadas. Interesó por la propaganda que luce, de Alianza Editorial. Cuesta imaginar que tan letrada empresa obsequiara con estos navajuelas y cortaplumas. ¡Una bárbara navaja mínima, pero navaja!